INTADA
La mayoría de los blancos de Gómez no tiene nada que defina un horizonte.
No hay espacio a sus fines.
Ahí el mundo es una reunión de hombres
oyendo el hueso y el techo.
Aunque siempre hay alguien más,
y sostiene su rostro revelándose.
Sólo a través de esos cuerpos marcados con jabón de glicerina
llegas a comprender una procesión de mestizos.
Empieza, entonces, la respiración
y estamos a salvo de la multitud.
Pero esa legión aplastante,
manchón de un cielo nada común al nuestro,
perfora su equivocación en galletas como pedazos de habla consagratoria.
Nada entiendes.
Desespera el dominio de un objeto, su oscilación de luces
a punto de golpear mi cuerpo hasta desalmarlo
como antiguamente les sucedían a los hombres
en el vientre de la materia, en su tocamiento con ella.
Mira, cuántos cuerpos rotos siguen en procesión.
Así se desviste ese lugar sin estreno y movimiento
dejando, apenas, una incrustación.
Frágil al mundo de hiladillos, de sujeciones obscenas
cada día recubierta de grasa,
el prófugo existente del mito, expuesto al sol y al saludo,
extiende sus desiertos.
Y entre piernas, falos, llamas y dentaduras
parece descubrir el habla
e inventar la melancolía de colorete espolvoreado
cayendo de su boca como un deseo.
El descubrimiento de los rasgos sujeta la forma
porque el esplendor de sus silencios, de sus colores magnetiza
el medio o la ciudad apagada, pero no hay espacio.
Se puede hablar, incluso, de un ladrido, de un tejido,
de una forma que sangra y borra
o simula muy bien el mundo.
Y aunque golpee esa quietud de flores y serpientes,
hecha de evidencias y escalofríos, el tumulto de nieve
se esparce para ser otra figura. Incluso sus techos son bajos
y todos entran bien a oscuras.
Al final, otro es el movimiento cuando nos vamos
para estar juntos sobre un asfalto nocturno.
Definitivamente el mundo es aquí
una reunión de hombres oyendo el hueso y el techo.
Y mientras modificas el pulso,
la mirada del otro y sus experiencias,
construyes una variedad de cosas queempiezas
a envolver y regalar.
¡Cuánto valor entonces!
Rápidamente concretamos nuestro espesor deseante.
Modificamos la dimensión de un pudridero
y somos otra vez la desenvoltura, la sorpresa.
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WILLY GÓMEZ MIGLIARO (Lima, 1968) é autor dos livros de poesia Etérea (Hipocampo Editores, 2002), Nada como los campos (Hipocampo Editores, 2003), La breve eternidad de Raymundo Nóvak (Hipocampo Editores, 2005), Moridor (Pakarina Ediciones, 2010), Construcción civil (Editorial Fuga, Santiago de Chile, 2012) compilador do livro OPEMPE, relatos orais asháninka e nomatsiguenga (2009).